TAMBIÉN FUISTE ADOLESCENTE

Frecuentemente escucho comentarios de mamás, papás, adultos en general quejándose de los adolescentes de hoy. Que son tremendos, que son flojos, que no ven nada más que por ellos mismos, que sólo piensan en divertirse, que ¡qué le espera al mundo con la juventud como está ahora! Pero esto no es nada nuevo, las quejas de los adultos hacia la juventud de cada época siempre han existido.

Por ejemplo, las siguientes dos frases son antiquísimas y parece que siguen vigentes.

 “Nuestra juventud gusta del lujo y es mal educada, no hace caso a las autoridades y no tiene el menor respeto por los de mayor edad. Nuestros hijos hoy son unos verdaderos tiranos.” -Sócrates (470-399 A.C.)

 “Ya no tengo ninguna esperanza en el futuro de nuestro país si la juventud de hoy toma mañana el poder, porque esa juventud es insoportable, desenfrenada, simplemente horrible” -Hesíodo (720 A.C.)

¿Te suenan parecidas a algo que hayas escuchado o dicho? La mayoría de la gente piensa cosas así sobre los adolescentes y es que aceptémoslo, nos han hecho creer que es una etapa horrible para los papás. Algunos incluso dicen que la adolescencia es un defecto que desaparecerá con el tiempo, o que la mejor manera de lidiar con ella es ignorándola.

Me sigue sorprendiendo que quienes piensan así no puedan ver más allá de lo que les han hecho creer, como si les acomodara esta postura para sentir que ellos no tienen demasiado que hacer al respecto. Es casi como asumir que no hay de otra, que lo que toca una vez que los hijos llegan a la adolescencia es pelear y pelear sin parar, que nos caigan fatal irremediablemente y sólo dándole tiempo todo pasará. Y sí va a pasar, pero la diferencia estará en lo que decidamos hacer:

  1. Podemos hacer algo como papás para que la etapa de adolescencia no sea una etapa forzosamente horrible sino con muchos momentos padres y aunque otros no tanto. De modo que, cuando concluya podamos ver hacia atrás y sentir que también en esa etapa disfrutamos a nuestros hijos y la relación con ellos.
  2. No hacer nada, quedarnos instalados en lo que nos han hecho creer, dañando la relación con ellos, desgastándonos tanto padres e hijos y por lo tanto, seguir transmitiendo la misma creencia: es una etapa que no se puede disfrutar, que pasa en tanto la ignores, pero sí o sí como padres la pasarás muy mal.

¿Qué te parecería empezar a ver las cosas de una forma diferente, dejar de elegir la opción 2)? En De mamás a mamás estamos convencidas de que la adolescencia se puede disfrutar, compartir, vivir y no sólo sobrevivir. Para lograrlo hay que hacer lo que nos gustó que hicieron nuestros padres y también hacer lo que nos hubiera gustado que hicieran, pero no hicieron; tenemos que comprender a los chavos, abrirnos, conocer su mundo y aprender. Esto no quiere decir que no habrá momentos negativos o desgastantes, pero serán muchos menos que si no lo intentamos.

¿Qué nos pasa como padres que queremos que los adolescentes actúen como adultos? Creo que esto tiene que ver con que vemos que su cuerpo ya se va pareciendo más al cuerpo de un adulto que al de un niño y pensamos que su desarrollo cognitivo, emocional, social tiene que estar aparejado al desarrollo de su cuerpo, cosa que no es así. Los cambios físicos se adelantan a todos los otros.

También pasa que no comprendemos la etapa que están viviendo, desconocemos o creemos desconocer por lo que están pasando ¡Cómo si se nos olvidara que nosotros TAMBIÉN FUIMOS ADOLESCENTES!
Seguramente estás pensando que claro que fuiste adolescente pero que tú y tus amigos no eran como los chavos de ahora.

Ok. Seguramente no fuiste como tu hijo o hija, si partimos de lo único e irrepetible que es cada ser humano pues no puede haber duplicados, padres e hijos somos personas diferentes, en contextos diferentes y con padres diferentes, por mencionar algunos. Pero que no hayas sido como tu hija o tu hijo no quiere decir que lo que tú viviste es necesariamente mejor que lo que él vive o que no hayas hecho algunas cosas de las que tu hija hace. Te voy a ayudar a recordar un poco, contesta con honestidad:
¿A poco todos los días de tu vida de adolescente te bañaste? ¿No pasó un solo día en que te diera flojera lavarte los dientes? ¿Te ponías sólo la ropa que les gustaba a tus papás? ¿Tu cuarto siempre estuvo impecable? ¿Jamás dijiste una mentira para salirte con la tuya o lograr algún permiso? ¿Preferías a tus papás que a tus amigos? ¿No manipulaste ni poquito? ¿No criticaste a tus papás y jamás les hablabas feo? ¿Jamás estuviste colgada del teléfono por horas?

¿Ya te estás acordando un poco de cómo eras en realidad? Es normal tender a olvidar ciertas cosas y tender a enfocarnos en ver más lo malo que lo bueno de los otros y de las situaciones en general. Por eso vemos peor a los jóvenes de hoy y porque la realidad que viven, por ejemplo con tanta tecnología a la mano es real que es diferente a lo que no nos tocó vivir a nosotros. Es momento de quitar esos vicios en la forma de apreciar el mundo, empezar a recordar con honestidad, a ver y reconocer lo positivo y no sólo enfocarnos en lo negativo.

Sin embargo, los adolescentes de cualquier época no son tan diferentes entre sí como las frases del principio nos hacen pensar o como nos decían nuestros papás a nosotros. En la adolescencia se busca más independencia de los padres y más cercanía con los amigos, conocerse a uno mismo, probar límites y cosas nuevas, entre otras. La manera de hacerlo es lo que ha llegado a cambiar un poco. Por ejemplo, hoy los vemos pegados al celular hablando horas con sus amigos, nosotros lo hacíamos en el teléfono. Si teníamos suerte podíamos tener un teléfono en nuestro cuarto si no, había cables muy largos para poder llevarnos el teléfono al baño o a nuestra recámara y hablar con un poco de privacidad. Esa privacidad y ese contacto con los amigos es lo que ellos logran con su celular y así como a nosotros nos limitaban el tiempo en el teléfono a ellos hay que limitárselos también. Lo importante en este ejemplo no es la forma sino el fondo. La forma es si es celular o era teléfono de cable largo, el fondo es que tanto ellos como nosotros cuando teníamos su edad buscábamos el contacto con amigos y privacidad. Este es sólo un ejemplo de tantos que hay que tienen que ver con cosas propias de la adolescencia.

Haz un viaje al pasado, saca esos recuerdos guardados en un cajón de aquella época, ve fotos, platica con tus mayores de cómo te recuerdan en esa etapa de tu vida. Recordar tu adolescencia de forma real y no idealizada, contactar con ese entonces, con cómo te vestías, peinabas y hablabas; la música que escuchabas y lo que significaba para ti; los lugares que frecuentabas, cómo te sentías, lo que hacías, lo que soñabas y las relaciones que tenías con los demás (papás, amigos, maestros); lo que necesitabas, lo que te preocupaba, y lo que te tenía sin cuidado; los riesgos que corriste, los miedos que tenías, etc. te puede ayudar a ser más empático con tu hijo. A conectar más con él dándole prioridad al fondo y no a la forma; a buscar puntos de encuentro y no de separación; a confiar en que no todo es tan malo como nos lo han hecho creer, a ver lo padre de esta etapa, a juzgar menos y a querer aprender más sobre la adolescencia.

Con empatía, comprensión y conocimiento de la etapa de la adolescencia; con ganas de seguir implementando lo que te ha funcionado y modificar lo que no está sirviendo en tu relación con tus adolescentes; con humildad, pero atreviéndote a hacer las cosas diferentes y con ganas de descubrirte y evolucionar como mamá o papá ahora de chavos puedes llegar a ser para tus hijos el adulto que querías tener cerca cuando tú estabas en esa etapa. ¡Sólo depende de ti!

Mary Carmen